Promesa fatal by Angela Marsons

Promesa fatal by Angela Marsons

autor:Angela Marsons [Marsons, Angela]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2018-10-19T00:00:00+00:00


* * *

De camino a la entrada, Kim iba analizando su creciente rabia hacia su compañero. Bryant siempre la había presionado con más fuerza y más lejos que nadie, pero siempre con el buen juicio de no sobrepasar el límite de su tolerancia. Pero, ahora, no estaba segura de cuál de los dos, el juicio de Bryant o la tolerancia de Kim se habían deteriorado.

—¿Crees que ya ha llegado? —preguntó Bryant cuando pasaban junto a la cafetería, entre aromas de tostadas y beicon.

—Por supuesto —contestó ella, escueta, digiriendo aún su irritación.

La sorprendió que Terry no estuviera en su sitio habitual, pero supuso que se debía a que aún no eran las ocho.

A pesar de la hora tan temprana, Kim estaba segura de que Vanessa Wilson estaría en su mesa. Habían comprobado que la mujer no tenía un horario normal y que el día anterior se había marchado temprano para atender a su hija enferma; por eso, Kim suponía que estaría en su despacho mucho antes. Vanessa Wilson no había conseguido el puesto de directora médica a los treinta y cinco años trabajando ocho horas diarias.

Como era de esperar, la puerta del bloque administrativo se abrió al primer empujón.

Tres puertas más abajo, llamó y recibió la orden inmediata de entrar.

Kim abrió y se detuvo.

Sí, esperaba ver a Vanessa Wilson sentada en su mesa a primera hora de la mañana, pero no esperaba encontrarse a una personita sentada en el suelo, sobre una colchoneta, rodeada de juguetes.

—Es Mia, mi hija —le explicó Vanessa desde el otro lado del escritorio—. No ha ido al cole. La canguro no ha podido llevarla porque está enferma, y mi madre está ocupada. Mi marido está fuera hasta el sábado.

Kim sonrió a la niña, que los miraba interrogante.

—Hola, Mia —le dijo, y la saludó con la mano.

La niña le mostró un poni de plástico con una larga crin morada.

—Mi pequeño poni —dijo.

—Qué bonito —exclamó Kim. Con ese comentario, su capacidad para comunicarse con niños había llegado al límite.

Bryant dio un paso adelante y se agachó hasta ponerse a la altura de la niña.

—¿No tiene hijos, inspectora? —preguntó Vanessa, con una sonrisa en la voz.

—¿Tan obvio es? —preguntó Kim. Se sentó frente a la mujer.

—Es un comportamiento aprendido —dijo Vanessa—. Bueno, lo ha sido para mí, sin duda. Cuando acababa de tener a Mia, no entendía por qué a la niña la tenían sin cuidado mis razonamientos a las dos de la mañana sobre el hecho de que llorara sin motivo. Podía sentarme en una sala con personal médico, abogados y funcionarios del Gobierno y hacerles entender mi punto de vista, pero un pequeño ser humano se estaba cargando toda la imagen que tenía de mí misma.

—¿Y lo contrario ha funcionado? —preguntó Kim.

Los ruidos de poni de Bryant provocaban chillidos de placer en la niña.

«¿Cómo demonios lo hace?», se preguntó Kim. Empezaba a perdonarlo por la reciente discusión.

—¿Quiere decir que si, al volver de la baja de maternidad, he intentado darles de comer a cucharadas a mis colegas mientras hacía ruidos de chucu chucu chu chu?

—Algo así —dijo Kim.



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